La goleada encajada ante el Sevilla ha devuelto al Athletic al que parece ser su estado natural en los últimos tiempos: la incertidumbre. De repente ha vuelto a apagarse la luz y no sabemos si crecemos o menguamos, si vamos hacia delante o hacia atrás, si podemos confiar en el equipo o es mejor no hacernos ninguna ilusión con él. De este modo, el partido ante el Werder Bremen se presenta otra vez como una incógnita. Imposible saber por dónde saldrá mañana el Athletic. Ya veremos. Como el preso arrastra su cadena y su bola, este equipo arrastra tras de sí un enorme interrogante.
Las dos últimas derrotas han detenido la corriente de ilusión que comenzó a crecer con las victorias ante el Austria de Viena y el Villarreal. Alguien dirá que se trataba de una ilusión poco fundada. Al fin y al cabo, una de las características más acusadas de esta tropa -una de sus señas de identidad, se podría decir- ha sido la de meter la gamba cuando mejor parecían empezar a irle las cosas. A los mejores partidos del Athletic de Caparrós le han sucedido siempre rachas bastante tenebrosas, lo que habla bien a las claras de un desequilibrio permanente, de una vida en el alambre. Pero ilusionarse contra viento y marea es una obligación del aficionado. El día que el Athletic juegue dos grandes partidos y la gente no sienta el pellizco de la euforia será el momento de bajar la persiana y pasarse a la brisca o a algún otro deporte de riesgo.
Esto que sirve para el aficionado debe servir también para los jugadores. Obligados a recuperar de inmediato la ilusión que mostraron tras las victorias antes citadas, los rojiblancos necesitan hacer mañana una demostración de carácter en el Weserstadium de Bremen. De lo contrario, se encenderán las alarmas, sufriremos los primeros síntomas de la depresión y volveremos a escuchar que lo nuestro es un valle de lágrimas.
No va a ser tarea fácil, desde luego, dar el golpe y salir de Alemania con la autoestima de Buzz Lightyear. De todos es sabido que en el Athletic actual no abundan, precisamente, los futbolistas enteros con los que uno se iría a cualquier guerra. Es más, a este cronista le encantaría saber cuánto debe la inestabilidad de este equipo al carácter ciclotímico de muchos de sus jugadores, especialmente los que ocupan las bandas; gente evanescente y delicuescente como David López, Gabilondo, Susaeta o incluso Iraola cuyo rendimiento, vital para el colectivo -el Athletic ha jugado bien históricamente cuando lo han hecho sus hombres de banda- tiene más oscilaciones que un sismógrafo japonés.
A pesar de las dificultades, hay que intentarlo. Y para hacerlo en las mejores condiciones anímicas no estaría mal que los jugadores del Athletic se preguntaran qué haría, en su lugar, es decir, tras haber recibido dos sopapos inesperados, un equipo con gran personalidad. Me temo que lo primero sería pensar que lo de Tenerife fue un experimento del profesor Bacterio que hay que olvidar y lo del Sevilla, un accidente de siniestro total, el típico partido funesto del que se podría decir lo que dijo Frank Clark, entrenador del Nottingham Forest, después de que sus muchachos encajaran un bochornoso 7-0 en casa del Blackburn Rovers. «Todo lo que ha podido salir mal, nos ha salido mal. Espero que podamos volver a casa sin que nos pase nada». Y me temo que lo segundo sería pensar que, cuando juegan bien al fútbol, como lo hicieron ante el Austria de Viena y el Villarreal, no es que lo hagan de chiripa sino porque saben hacerlo y están orgullosos de ello.